domingo, 18 de julio de 2010

INSCRIPCIONES ABIERTAS

DIPLOMADO EN FORMACION PASTORAL

INSCRIPCIONES HASTA EL 09 DE AGOSTO DE 2010
DIRIGIDO A PASTORES Y LIDERES AUTORIZADOS DE LA MISION CRISTIANA RENOVACION PARA LAS NACIONES
DURACION: AÑO Y MEDIO.

DIPLOMA EN MISIONES MUNDIALES


INSCRIPCIONES HASTA EL 09 DE AGOSTO DE 2010
DIRIGIDO A TODOS LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA  MISION CRISTIANA RENOVACION PARA LAS NACIONES
DURACION: AÑO Y MEDIO.




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domingo, 11 de julio de 2010

1. LECCION UNO

1. NUESTRO ESTUDIO BÍBLICO PERSONAL
 COMO HACERLO MAS FRUCTIFERO

Por James D. Crane

El 2 de diciembre de 1947, en un pequeño poblado llamado El Limoncito, Estado de Jalisco (México) falleció un humilde creyente indígena llamado "el hermano Silverio". Dos meses antes, durante las reuniones anuales de la Asociación Bautista de la región, había testificado de su fe en el Señor mediante el bautismo. Al regresar a casa cayó enfermo, y a pesar de la gravedad de su caso, fue hecho objeto de una dura persecución. Las autoridades agrarias del lugar fueron a verlo con la amenaza de que si no dejaba su nueva religión le cancelarían su derecho a la parcela de tierra que sembraba. En presencia de la comitiva y de sus propios hijos el hermano Silverio pidió a su esposa que le trajera la Biblia. Con el sagrado libro en la mano le dijo: "Aquí está tu parcela, tu herencia y la de mis hijos. A nadie se la entregues. Léela mucho." Y con voz entrecortada pidió que cantaran su himno favorito. Les acompañó en cuatro palabras solamente y luego entregó su espíritu en la más dulce quietud.

Semejante aprecio por la Biblia, aunque no sea expresado siempre en forma tan dramática, es el sentimiento común de los hijos de Dios. Sabemos que "toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto (apto, capaz), enteramente preparado para toda buena obra" (2 Timoteo 3:16, 17). Y en ocasiones hasta compartimos el sentir del Salmista y decimos: "¡Cuan dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca" (Salmo 119:103).

Pero si somos honrados, tenemos que confesar que hay ocasiones también cuando leemos las Escrituras más bien por un sentido de deber que por el espontáneo deseo de hacerlo. Y aunque sabemos que nuestras lecturas bíblicas debieran traernos bendición, a veces cerramos el Libro con cierto sentido de decepción. Estamos convencidos de que "esto no debe ser así", pero ¿cómo podemos lograr que nuestro estudio bíblico personal sea siempre fructífero?

En las páginas que siguen nos proponemos contestar esta pregunta. Nos basaremos tanto en la experiencia propia como en el testimonio de otros hermanos que han luchado con el problema, sintetizando todo lo que tenemos que decir en cinco sugerencias prácticas.

I. LEA LA BIBLIA EN BUSCA DE ALIMENTO ESPIRITUAL

Para algunos hermanos parece que el Libro de Dios es una simple sarta de curiosidades. Se deleitan en hacer alarde de sus "conocimientos bíblicos", pero éstos resultan ser de escaso provecho espiritual. Consisten en el aprendizaje de los detalles mecánicos de la Escritura y en una familiaridad amplia con sus datos curiosos. Por supuesto, debemos conocer los nombres de los sesenta y seis libros de la Biblia y saber el orden en que aparecen. Vale la pena saber que Marcos no era uno de los doce apóstoles y que Dan y Beerseba no fueron marido y mujer. Además, es interesante saber que el capítulo más largo de la Biblia es el Salmo 119 y que el más breve es el Salmo 117. Pero puede uno saber todo estoy mucho más de semejante índole sin que su vida diaria dé evidencia de una íntima comunión con Cristo.

Para otros, parece que la Biblia es más bien un almacén de parque. La leen al través de gruesos lentes de polemista, buscando siempre algo con qué combatir las opiniones ajenas. No cabe duda de que la polémica tiene su lugar y que cada creyente debe saber defenderse de los estragos del error. No obstante esto, el propósito principal con que damos lectura a la Palabra de Dios debe ser el de buscar pan y no piedras.

Ahora bien, si vamos a obtener de la Biblia nuestro alimento espiritual, tendremos que leerla con regularidad. He oído decir que un perro puede sobrevivir sin comida por 20 días, una tortuga por 500 días y cierta especie de pez por 1000 días. ¡Pero no debemos aspirar a ser cristianos tipo perro, tortuga o pez! Más bien debemos recordar la práctica de Israel de recoger el maná cada día (Éxodo, capítulo 16) y arreglar nuestro horario de tal manera que podamos seguir su ejemplo.

"Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré" (Salmo 5:3). Sin duda la mañana es el mejor tiempo para nuestra cita diaria con Dios porque entonces nuestra mente está más despejada. El lugar debe ser el sitio más tranquilo de que podamos disponer. Pero sea dónde y cuándo sea, lo importante es que se establezca el hábito de tomar tiempo cada día para leer la Biblia y orar.

Pero es posible leer la Biblia con regularidad y todavía no obtener mucho alimento espiritual. La mayoría de nosotros somos algo perezosos, y si no tomamos medidas adecuadas, nuestra lectura tiende a degenerar en una simple rutina. El remedio está en la práctica de leer con propósito, acercándonos a la porción escogida en busca de información específica. En seguida se enumeran diez preguntas que debemos hacernos cada vez que leemos un pasaje bíblico:

1. ¿Cuál es el tema general de este pasaje?

2. ¿Cuál es la lección principal que el pasaje enseña?

3. ¿Cuál es, para mí, el versículo más inspirador en este pasaje?

4. ¿Qué enseña este pasaje acerca de Dios?

5. ¿Encuentro en el pasaje algún ejemplo que debo seguir?

6. ¿Señala el pasaje algún pecado que yo debo confesar?

7. ¿Hallo en este pasaje algún error que debo evitar?

8. ¿Presenta el pasaje algún deber que necesito cumplir?

9. ¿Contiene el pasaje alguna promesa que debo reclamar?

10. ¿Consigna el pasaje alguna oración que debo hacer mía?

No quiero decir que en todo pasaje bíblico que leamos habremos de encontrar una respuesta para cada una de estas diez preguntas. Pero el hecho de estar pendientes de hallar algo relacionado con todas ellas nos ayuda a mantenernos más alertas.

Además, esta manera de leer tiene la grandísima ventaja de que nos obliga a descubrir en la Biblia un mensaje personal. No podemos leer así sin darnos cuenta de que Dios está hablando a nuestro propio corazón. Y esto nos mueve a obedecer, pues Cristo ha dicho: "Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis" (Juan 13:17). Y cuando obedecemos, recibimos mayores manifestaciones de la gracia de Dios, porque en otro lugar el Señor declaró que "el que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" (Juan 14:21).

II. MARQUE SU BIBLIA

Es una reverencia mal entendida la que no le permita hacer anotaciones en los márgenes de las páginas de su Biblia o subrayar pasajes que para usted son de importancia especial.

En mi propia Biblia tengo subrayado el Salmo 112:7 y al margen esta breve anotación: "16-X-68 Castellón". Esto basta para recordarme cómo Dios usó este pasaje la noche del 16 de octubre de 1968 para traerme una bendición especial. Estando en España, había recibido ese día una carta que contenía una noticia por demás alarmante. Se trataba de un grave peligro que se cernía sobre una de nuestras instituciones bautistas mexicanas. Todo el día había estado preocupado, y en mis momentos disponibles había orado mucho sobre el problema. Esa noche tenía que predicar en la Iglesia Bautista de Castellón de la Plana. Estando ya sentado detrás del pulpito, escuchaba al pastor leer el Salmo 112. El tema de este Salmo es la bienaventuranza del hombre que teme a Dios. Lo había leído muchas veces, pero esa noche cuando llegamos al versículo siete, Dios me habló en una forma muy personal. Me dio el mensaje que justamente necesitaba, haciéndome comprender que el hombre que teme a Dios "no tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová". La carga se me quitó, y en su lugar reinó la paz. Y hasta el día de hoy aquel peligro no se ha traducido en realidad. ¡Qué gratos recuerdos me trae esta anotación marginal en mi Biblia!

Por medio de anotaciones marginales puede uno conservar también los frutos de su estudio sobre expresiones claves de la Escritura. Por ejemplo, en Lucas 11:20 Jesús dice: "Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros." En mi Biblia tengo subrayadas las palabras "el dedo de Dios" y al margen la anotación de cuatro citas: Mateo 12:28; Salmo 8:3; Éxodo 31:18 y Éxodo 8:19. Estas anotaciones bastan para traer a mi memoria el fruto de un estudio interesante hecho hace varios años sobre la expresión "el dedo de Dios".

Mateo 12:28 es un pasaje paralelo con Lucas 11:20. Allí las palabras de Cristo son: "Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios." Comparando los dos pasajes, queda claro que la expresión "el dedo de Dios" es el equivalente de "el Espíritu de Dios".

Pasando luego a las otras tres citas consigna¬das en la anotación marginal, vemos que en cada una de ellas aparece la expresión "el dedo de Dios".

"Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre . . ." (Salmo 8:3).

"Y dio a Moisés, cuando acabó de hablar con él en el monte Sinaí, dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios” (Éxodo 31:18).

"Entonces los hechiceros dijeron a Faraón: Dedo de Dios es éste. Mas el corazón de Faraón se endureció, y no los escuchó, como Jehová lo había dicho" (Éxodo 8:19).

En estos tres pasajes "el dedo de Dios" es relacionado, respectivamente, con la creación del mundo, con la entrega de la ley de Dios y con la redención de Israel de la esclavitud egipcia. Entonces, si "el dedo de Dios" es una expresión bíblica equivalente a "el Espíritu de Dios", tenemos aquí una referencia a la participación del Espíritu Santo en tres grandes obras divinas: la creación, la revelación y la redención. ¡Y todo esto es recordado mediante una breve anotación marginal!

Además de hacer anotaciones marginales, otra manera provechosa de marcar la Biblia es mediante el uso de lápices de distintos colores. Se le asigna a cada color un tema, y cuando se encuen¬tra un pasaje que habla de este tema, se le subraya con el color correspondiente. Durante varios años el que esto escribe ha seguido tal costumbre con provecho positivo.

El interés y la necesidad personales dictarán el significado que uno asigne a los colores. Simple¬mente por vía de ilustración les indicaré mi propio plan. Uso lápices de siete colores, relacionando cada color con un tema como sigue: (1) rojo - la sangre; (2) azul - la oración; (3) amarillo - el Espíritu Santo; (4) anaranjado - la iglesia; (5) verde - el Reino de Dios; (6) castaño - el pecado y sus consecuencias; y (7) violeta - los advenimientos de Cristo: las profecías tanto de su primera como de su segunda venida en el Antiguo Testamento y las promesas de su segunda venida en el Nuevo.

Este sistema de subrayar pasajes con lápices de color aporta un beneficio doble. En primer lugar, el hecho de estar siempre pendiente de encontrar pasajes que traten los siete temas aguza la atención y hace que uno se fije más en lo que está leyendo. En segundo lugar, después de que uno ha subrayado un pasaje con un color determinado, es mucho más fácil volverlo a localizar cuando lo necesite con urgencia.

Antes de abandonar este punto, cabe una palabra de orientación práctica. Las anotaciones marginales deberán hacerse o con un bolígrafo de punta fina o con una pluma especial para tinta china. Las tintas ordinarias se extienden y echan a perder el papel, por fino que éste sea. Si desean subrayar con colores, es necesario usar lápices que no sean tan duros que rompan el papel o tan suaves que pronto pierdan su punta.

III. APRENDA DE MEMORIA PASAJES SELECTOS

Esto no es tan difícil como algunas personas se lo imaginan. La mente humana tiene una maravillosa capacidad para la retención siempre y cuando se siga un procedimiento adecuado para aprender.

Póngase la tarea de aprender cuando menos un nuevo texto cada semana. Para principiar, escoja un texto relativamente breve. Habiendo escogido el texto, divídalo en sus partes naturales (éstas son indicadas por los signos de puntuación) y vaya por partes. Lea la primera parte del texto varias veces, procurando repetirlo de memoria después de cada lectura. Siga haciendo esto hasta que logre repetir esta parte del texto completa¬mente en forma correcta. Pase luego a la parte siguiente, leyéndola y repitiéndola hasta aprenderla bien. Luego repita las dos partes juntas antes de proceder al aprendizaje de lo que reste. Siga este procedimiento hasta poder repetir al pie de la letra el texto entero, juntamente con su respectiva referencia. Cuando lo pueda repetir todo, entonces escríbalo para fijarlo todavía mejor en la mente. A la siguiente semana, antes de iniciar el aprendizaje de un texto nuevo, repase bien el texto que ya tiene aprendido y luego proceda con el nuevo como lo hizo con el primero. A la tercera semana, repase los dos textos ya aprendidos antes de empezar con el siguiente. De esta manera, en un año se habrá aprendido un mínimo de cincuenta y dos pasajes selectos de la Biblia.

El 25 de noviembre de 1966 apareció en la revista Christianity Today el testimonio de un pastor norteamericano respecto a un beneficio sorprendente que él había recibido de su disciplina personal en el aprendizaje de porciones extensas de la Escritura. Oigamos su relato.

"Una noche, hace pocos años, regresé solo a casa después de mis vacaciones de verano. Mi esposa e hijos se habían quedado atrás para disfrutar de unos días adicionales de descanso. Al entrar en la casa quise prender la luz, pero no había corriente. Busqué fósforos y encendí una vela. Ya estaba listo para llamar a la compañía de luz para reclamar la falta de servicio cuando observé que la tapicería de la silla en que estaba sentado estaba acuchillada. Sobresaltado, miré hacia una ventana y vi que las cortinas estaban hechas trizas.

"Vela en mano, me fui de cuarto en cuarto. La situación iba de mal en peor. Absolutamente todo había sido acuchillado. Grandes tajadas habían sido cortadas en los muebles. La ropa colgaba de sus ganchos, pero estaba en tiras nada más. Los colchones tenían profundas cortaduras en forma de cruz. No había cosa que hubiera quedado ilesa.

"Llamé a la policía. Los detectives tardaron como una hora para revisar los daños y me dijeron que se trataba sin duda de una pandilla de vándalos juveniles. El agente de seguros me avisó que lamentablemente mi póliza no contenía nin¬guna cláusula que me protegiera de las pérdidas sufridas.

"Ya solo, me subí a la recámara. Al acostarme sentí el filo cortante del colchón donde había sido acuchillado en forma de cruz. Mis nervios estaban por estallar. Entonces cerré los ojos, y pro¬nunciando paulatinamente cada palabra, empecé a repetir de memoria los pasajes bíblicos que sabía: el Salmo 1, el Salmo 23, 1 Corintios 13, Juan 14, el Salmo 46, el Salmo 90, el Salmo 91, Apocalip¬sis 1, el Salmo 122. Tuve que repetir mi repertorio dos veces, quizás tres. Pero entonces me dormí profundamente hasta el alba."

La repetición pausada de pasajes bíblicos que sabemos de memoria no sólo puede curar nuestro insomnio, sino —como lo comprobó el mismo Señor Jesús (Mat. 4:4, 7, 10) nos proporciona las armas con que derrotar a Satanás en la hora de la tentación. Pero tal vez el beneficio más importante de todos es que nos ayuda a meditar. Y esto nos trae a nuestra siguiente consideración.

IV. MEDITE LO QUE LEE

La meditación ha sido llamada "digestión espiritual". Es el proceso mediante el cual el significado de nuestras lecturas (o de nuestra observación) es asimilado y convertido en fibra moral y espiritual. Algunos pasajes que inculcan este deber, que señalan las esferas de su operación y que ensalzan sus beneficios son: Josué 1:8; Salmo 1:2, 3; 19:14; 104:34; 145:5; Hageo 1:5, 7; Lucas 2:19.

En relación con esto, parece que nuestro prin¬cipal problema es que no sabemos meditar. Vivimos vidas tan agitadas que nos es sumamente difícil disfrutar de la calma necesaria para reflexionar. Hemos llegado a pensar que la meditación es un lujo en vez de un artículo de primera necesidad.

Pero hay cuando menos dos cosas que pode¬mos hacer para remediar esta situación. La primera es aprovechar los paréntesis que se abren en nuestra rutina diaria para repasar detenidamente los pasajes bíblicos que nos hemos apren¬dido de memoria. Tales paréntesis son los momentos que pasamos en los transportes urbanos, los ratos que nos hace esperar el amigo con quien tenemos una cita, el tiempo que gastamos haciendo cola para pagar una cuenta o para cobrar un documento, o aun los instantes que nos hace demorar el cambio de luces de un semáforo. Demos gracias a Dios por estos paréntesis (1 Tes. 5:18; Ef. 5:20) y gocémonos en el refrigerio espiritual que nos pueden proporcionar —si es que los aprovechamos de la manera indicada.

Aún más importante, sin embargo, sería que aprendiéramos a combinar la meditación con nuestro estudio diario de la Palabra de Dios. Esto limitaría la extensión del pasaje que podríamos estudiar, pero nos permitiría profundizar mucho más en su significado. Como ejemplo tomemos a Marcos 2:1-12, la historia del paralítico sanado por Jesús. Después de leer cada unidad de pensamiento, detengámonos para meditar. El resultado podría ser como sigue.

Primera unidad de pensamiento: "Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que estaba en casa."

Meditación: Señor, cuando llegaste a aquella casa la gente se dio cuenta de que estabas allí. ¿Se darán cuenta de que estás aquí en esta casa donde vivimos mi familia y yo? Perdónanos la debilidad de nuestro testimonio. Date a conocer, Señor, por medio de nuestro hogar.

Segunda unidad de pensamiento: "E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra."

Meditación: ¡Qué atrayente es la presencia de Jesús! Señor, manifiesta tu presencia en nuestra iglesia para que las bancas no sigan tan vacías. Y da a nuestro pastor un verdadero mensaje de tu Palabra para satisfacer las necesidades de los que asistan. Tercera unidad de pensamiento: "entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro."

Meditación: ¡Qué ejemplo tan inspirador el de aquellos cuatro hombres! Se compadecieron de la condición de su amigo paralizado y combinaron sus fuerzas para llevarlo a Jesús. ¡Oh, Espíritu Divino que moras en mi corazón, concédeme una porción más grande del amor de Dios para que yo también me compadezca de los perdidos que me rodean! Te doy gracias por mis hermanos que ya sienten esta compasión, y te prometo unirme con ellos en un esfuerzo común por llevar estas almas a Jesús. Cuarta unidad de pensamiento: "Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico." Meditación: ¡Qué persistencia tan admirable! Señor, perdóname las veces que me he desanimado a causa de los impedimentos con que he tropezado. Dame esta misma persistencia para que sea firme y constante, creciendo siempre en la obra tuya. Quinta unidad de pensamiento: "Al ver Jesús la fe de ellos. . ."

Meditación: Señor, como viste la fe de aquellos cinco hombres, ves también la mía. Sabes que a veces vacila.

Como el padre del muchacho endemoniado tengo que orar: "Creo, Señor, ayuda mi incredulidad." Sexta unidad de pensamiento: "Dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados." Meditación: La necesidad física del paralítico era patente para todos, pero para Cristo era aún más patente su necesidad espiritual. ¡Más que la salud de su cuerpo le hacía falta el perdón de sus pecados! ¡Oh, Cristo, ayúdame a tener siempre presente que la nece¬sidad más grande de las personas con quienes yo tengo que tratar es precisamente ésta: el perdón de sus pecados!

Séptima unidad de pensamiento: "Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?" Meditación: ¡Pobres escribas! Cegados por sus prejuicios, no podían comprender que estaban en la presencia de Dios hecho Hombre. Padre amoroso, líbrame de los prejuicios. No permitas que mis ideas preconcebidas me cieguen a la verdad. Dame siempre un corazón abierto para ti.

Octava unidad de pensamiento: "Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué caviláis así en vuestros corazones?"

Meditación: Te alabo, Cristo, por tu perfecto conocimiento del corazón humano. Yo no me conozco a mí mismo, pero tú me conoces todo. Por tanto, me llego a ti para orar como el Salmista: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno."

Novena unidad de pensamiento: "¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?" Meditación: Claro está que lo más fácil era lo primero, porque esto estaba en la esfera de lo invisible, mientras que lo segundo estaba en la esfera de lo observable.

Décima unidad de pensamiento: "Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados. . ."

Meditación: Aquí Cristo indica que quería que supieran que él tenía potestad (autoridad) en la tierra de perdonar pecados. Y puesto que sólo Dios puede perdonar pecados, esto significa que Cristo quería que supieran que él es Dios. ¡Oh Cristo, tú sí eres mi Dios y mi Señor!

Undécima unidad de pensamiento: "(Dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos."

Meditación: Cristo demostró que tenía autoridad para perdonar pecados por el milagro de sanar al paralítico. En otras palabras, la evidencia de la reali¬dad del perdón era un cambio visible obrado en la vida del hombre perdonado. Así es siempre. ¡El hombre perdonado es un hombre visiblemente cambiado! Duodécima unidad de pensamiento: "De manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa."

Meditación: Yo también te glorifico, oh Dios, por las vidas cambiadas que he visto —pruebas irrefutables de tu amor y gran poder. Y te pido que nos dejes ver más de esta gloria tuya. Concédenos un movimiento evangelístico que cambie multitudes de vidas, para que una vez más la gente se asombre y te reconozca como el Dios viviente y único Salvador.

En el ejemplo dado arriba se observa que cada unidad de pensamiento es analizada. Luego, con la excepción de la novena unidad, el análisis conduce a una aplicación práctica. En la mayoría de los casos la aplicación se hace a la vida personal del lector. En un caso, sin embargo (la segunda uni¬dad), la aplicación es para la congregación de la cual el lector es miembro. Y en las últimas dos unidades la aplicación es general, para todo el pueblo de Dios.

Las aplicaciones generalmente se expresan en forma de oraciones, y en éstas Dios es invocado a veces como Padre, a veces como Hijo y otras como Espíritu Santo. Además, las plegarias contienen todos los elementos de la oración cristiana: alabanza, acción de gracias, confesión, intercesión y petición.

No quiero dejar la impresión de que es nece¬sario que uno siempre formule sus meditaciones por escrito. Por regla general no habrá tiempo para tanto. La idea es más bien la de insistir en el cultivo habitual de la práctica de analizar lo que leemos en la Biblia y de aplicar las verdades así descubiertas a nuestra propia vida por medio de la oración. Si así lo hacemos, no tardaremos en compartir la experiencia del profeta Jeremías: "Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón" (Jer. 15:16).

V. ESTUDÍE LA BIBLIA DE ACUERDO A UN PLAN

Las cosas hechas a trochemoche no suelen salir muy bien. Aunque de vez en cuando escuchamos el testimonio de algún hermano que asegura haber encontrado el preciso mensaje que necesitaba por el sencillo procedimiento de abrir la Biblia al azar y leer lo primero que captó su atención, tenemos que insistir en que tales experiencias son poco comunes. Ocasionalmente encontramos una moneda tirada en la calle. Pero ninguno de nosotros se atrevería a sufragar los gas¬tos de su casa sobre la base de lo que pudiera así hallar. Preferimos buscar un empleo que tenga un plan definido de pagos.

CONTENIDO DE LA ASIGNATURA

MÉTODOS DE ESTUDIO BÍBLICO


Es una introducción al método inductivo para estudiar la Biblia tomando en cuenta los pasos de la observación cuidadosa del texto, luego su interpretación, aplicación y correlación, más un vistazo ligero a otros métodos que el alumno puede utilizar en el auto estudio de la Palabra de Dios. También considera los beneficios de la lectura de las Escrituras y explica cómo preparar, organizar y dirigir estudios bíblicos con el fin de evangelizar y discipular.

Lección 1 - NUESTRO ESTUDIO BIBLICO PERSONAL - En las páginas que siguen nos proponemos contestar esta pregunta. Nos basaremos tanto en la experiencia propia como en el testimonio de otros hermanos que han luchado con el problema, sintetizando todo lo que tenemos que decir en cinco sugerencias prácticas.


Lección 2 - REGLAS GENERALES PARA ESTUDIO DE LA BIBLIA - El estudio de las Escrituras no es empresa sencilla, exige la observación de reglas redefinidas que lo faciliten a la vez sistematicen su avance paulatino.

Lección 3 - HERRAMIENTAS PARA EL ESTUDIO DE LA BIBLIA - No podemos dejar de mencionar la necesidad de cultivar desde el primer momento, hábitos sanos y correctos en el estudio.

Lección 4 - EL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTOS - La Biblia nos ha sido dada en dos partes, cada una de las cuales es esencial e inseparable de la otra. El Antiguo Testamento es para el Nuevo como el fundamento para un edificio.

Lección 5 - LOS LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO - Después de conseguir una visión de conjunto de la Biblia, y de sus dos grandes divisiones, es necesario entrar en un estudio detallado de los libros que componen los Testamentos. La Biblia, como hemos visto, no es un libro único: es una biblioteca.

Lección 6 - LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO - Si el conocimiento de los libros del Antiguo Testamento es importante, lo es mucho más conocer a fondo los del Nuevo. Vamos ahora a considerar algunos de los libros con mayor detalle, dando unos pocos análisis como muestra de lo que se puede hacer con todos los libros.

Lección 7 - TEMAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO - Junto con el estudio de la Biblia por medio de libros, es también posible y necesario que nos dediquemos al estudio de temas o tópicos, que pueden ser hallados en los libros particulares, o repartidos en largas secciones de las Escrituras.

Lección 8 - LOS TEMAS DEL NUEVO TESTAMENTO - Hemos de considerar ahora el método fructífero de estudio del Nuevo Testamento por tópicos o temas; y si el Antiguo Testamento es tan útil de esta manera, mucho más se demostrará que el Nuevo Testamento sugiere e inspira a todos los que de esta manera buscan esta porción de la Palabra de Dios.

Lección 9 - ESTUDIO DETALLADO - Pero la Biblia tiene que ser estudiada también con detalle. No sólo hemos de considerar el bosque; hemos de ocuparnos de árboles particulares, y continuando el símil, de las ramas, las ramitas y las hojas.

Lección 10 - ESTUDIOS DE LA BIBLIA POR SUS METODOS - La palabra "inductivo" viene del verbo inducir, y éste del latín inducere, que es un antónimo de deducir o concluir. La inducción, nos dice el diccionario, es "un modo de razonar que consiste en sacar de los hechos particulares una conclusión general".

Lección 11 - EL OBJETIVO SUPREMO DEL ESTUDIO DE LA BIBLIA - Esta culminación de nuestro estudio es el uso devocional de la Biblia, es el estudio de ella como revelación de Dios al alma del hombre. En este tema del estudio devocional de la Santa Escritura hemos de notar varios puntos.

Lección 12 - Las Escrituras y el pecado - Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando la Palabra le redarguye o convence de pecado.

Lección 13 - Las Escrituras y Dios - Entre el Creador y la criatura ha habido constantemente una gran controversia sobre cuál de ellos ha de actuar como Dios, sobre si la sabiduría de Dios o la de los hombres deben ser la guía de sus acciones, sobre si su voluntad o la de ellos tiene supremacía.

Lección 14 - Las Escrituras y Cristo - Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando éstas le revelan su necesidad de Cristo.

Lección 15 - Las Escrituras y La Oración - Nos beneficiamos de las Escrituras cuando nos ayudan a comprender la importancia profunda de la oración.

Lección 16 - Las Escrituras y Las Buenas Obras - Nos beneficiamos de la Palabra cuando con ella aprendemos cuál es el verdadero lugar de las buenas obras.

Lección 17 - Las Escrituras y La Obediencia - Un hombre se beneficia de la Palabra a medida que descubre lo que Dios le exige; sus exigencias invariables, porque El no cambia.

Lección 18 - Las Escrituras y El Mundo - Nos beneficiamos de la Palabra de Dios, cuando se nos abren los ojos para discernir el verdadero carácter del mundo.

Lección 19 - Las Escrituras y Las Promesas - Nos beneficiamos de la Palabra, cuando percibimos á quienes pertenecen las promesas.

Lección 20 - Las Escrituras y El Gozo - Nos beneficiamos de la Escritura cuando nos damos cuenta de que el gozo es un deber.

Lección 21 - Las Escrituras y El Amor - Nos beneficiamos de la Palabra, cuando percibimos la gran importancia del amor cristiano.

Lección 22 - EL ESTUDIO BIBLICO INDUCTIVO - El método inductivo es el procedimiento de aprender mediante la observación de una serie de hechos para sacar luego una conclusión general (yendo de lo específico a lo general). Insiste, por lo tanto, en que al acercarnos al tema o texto abandonemos las ideas preconcebidas y las conclusiones aceptadas.

Lección 23 - LA DIMENSIÓN EVANGELIZADORA DE LA VIDA - El encuentro bíblico de evangelización (EBE) consiste en uno o más cristianos consagrados que estudian pasajes del Evangelio junto con un número igual o mayor de amigos no creyentes, guiándolos a considerar la Persona de Jesucristo con el objeto de que lleguen a confiar en él como Salvador y Señor.

Lección 24 - DESARROYO DE HABILIDADES PARA EL ESTUDIO BIBLICO BASICO - El estudio bíblico es fácil, pero esquivo si uno no persiste. Sin embargo, hay instrumentos que ayudan al estudiante a profundizar en la Escrituras y aumentar su comprensión. El uso provechoso de los mismos se adquiere sólo con la práctica.

Lección 25 - APLICACIÓN: ACTUAR SOBRE LAS CONCLUSIONES - La aplicación es la respuesta personal a la verdad descubierta. La respuesta puede ser una acción práctica, como pedir perdón a alguien. O puede ser la adoración personal, espontánea. La aplicación es el fin último del estudio bíblico; oír a Dios hablándonos en forma que cambie nuestra vida.

Lección 26 - PRINCIPIOS DE INTERPRETACIÓN - La hermenéutica, la ciencia de interpretación y explicación de un texto especialmente de acuerdo con las leyes definidas de la exégesis, puede parecer un estudio difícil. Pero en todo estudio de la Biblia es imperativo conocer al menos sus principios básicos.

Lección 27 - REGLAS BÁSICAS - El grupo no es una reunión para compartir opiniones basadas en presuposiciones teológicas previamente desarrolladas; tampoco la opinión de un pastor o autor favorito, ni siquiera la opinión de un respetable comentario. El objetivo del grupo es descubrir lo que dice la Biblia.

Lección 28 - Estudia: interpreta ¿Qué quiere decir? - Después de una observación completa, la segunda etapa del estudio viene naturalmente y sin peligro de superficialidad. El propósito de interpretar es descubrir el significado del pasaje para los que fue escrito y revivir la situación.

Lección 29 - Serie: ¿Cómo elaborar estudios bíblicos? - “¿Cuál es el método más sencillo, práctico y, sobretodo, eficaz para realizar un estudio bíblico?” Esta es una de las preguntas que recibo con mayor frecuencia en el volumen que recibo diariamente de correspondencia.

Lección 30 - El Estudio Bíblico Detallado - Como todo proceso, la elaboración de un Estudio Bíblico Detallado tiene unos pasos.

15. LECCION QUINCE

Las Escrituras y La Oración


Un cristiano que no ora es simplemente una contradicción. Como el niño que nace muerto es un niño muerto, un creyente profeso que no ora está desprovisto de vida espiritual. La oración es el respirar de la nueva naturaleza del creyente, como la Palabra de Dios es su alimento. Cuando el Señor dijo al discípulo de Damasco que Saulo de Tarso se había convertido de veras, le dijo: "He aquí, Saulo ora" (Hechos 9: 11). En muchas ocasiones el altivo fariseo había doblado sus rodillas ante Dios y había cumplido sus «devociones», pero esta vez era la primera vez que "oraba". Esta importante distinción debe ser subrayada en este día de fórmulas sin poder (2ª Timoteo 3:5). Aquellos que se contentan con dirigirse a Dios de modo formal no le conocen; porque "el espíritu de gracia, el de suplicación" (Zacarías 12: 10), no se separan nunca. Dios no tiene hijos en su familia regenerada que sean mudos. "¿No vengará Dios a sus escogidos que claman a El de noche y de día?" (Lucas 18:7). Sí, «claman» a El, no meramente «rezan» sus oraciones.

Pero es probable que el lector se sorprenda cuando siga leyendo que el autor cree que, probablemente, el propio pueblo de Dios ¡peca más en sus esfuerzos para orar que en relación con ningún otro objetivo en que se ocupa! ¡Qué hipocresía hay en la oración, cuando debería haber sinceridad! ¡Qué exigencias tan presuntuosas, cuando debería haber sumisión! ¡Qué formalismo, cuando tendría que haber corazones quebrantados! ¡Cuán poco sentimos realmente los pecados que confesamos, y qué poco sentido de la profunda necesidad de su misericordia! E incluso cuando Dios consiente en librarnos de estos pecados, hasta cierto punto, qué frialdad en el corazón, qué incredulidad, cuánta voluntad propia y autocomplacencia. Los que no tienen perceptividad para estas cosas son extraños al espíritu de la santidad.

Ahora bien, la Palabra de Dios debería dirigirnos en oración. Por desgracia, cuán a menudo hacemos que nuestra inclinación carnal sea la que dirige nuestras peticiones. Las Sagradas Escrituras nos han sido dadas para que "el hombre de Dios sea enteramente apto, bien pertrechado para toda buena obra" (2ª Timoteo 3:17). Como que debemos "orar en el Espíritu" (Judas 20), se sigue que nuestras oraciones tienen que estar de acuerdo considerando que El es el autor de ellas. Se sigue también que según la medida en que la Palabra de Cristo mora en nosotros en "abundancia" (Colosenses 3:16), o escasamente, más (o menos) estarán nuestras peticiones en armonía con la mente del Espíritu, porque «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). En la medida en que atesoramos la Palabra de Dios en nuestro corazón, y ésta limpia, moldea y gobierna nuestro hombre interior, serán nuestras oraciones aceptables a la vista de Dios. Entonces podemos decir, como dijo David en otro sentido: "Todo es tuyo y de lo recibido de tu mano te damos" (1ª Crónicas 29:14).

Así que la pureza y el poder de nuestra vida de oración son otro índice por el cual podemos decidir la extensión de los beneficios que sacamos de la lectura y estudio de las Escrituras. Si nuestro estudio de la Biblia, bajo la bendición del Espíritu, no nos resarce del pecado de la falta de oración, revelándonos el lugar que la oración debe ocupar en nuestra vida diaria, y en realidad no nos lleva a pasar más tiempo en el lugar secreto con el Altísimo; si no nos enseña cómo orar de modo más aceptable a Dios, cómo hacer nuestras sus promesas y reclamarlas, cómo apropiarnos sus preceptos y hacer de ellos nuestras peticiones, entonces, no sólo no nos ha servido para enriquecer el alma el tiempo que hemos pasado leyendo y meditando la Palabra, sino que el mismo conocimiento que hemos adquirido de la letra, servirá para nuestra condenación en el día venidero. "Sed hacedores de la Palabra, no solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos" (Santiago 1:22). Se aplica a sus amonestaciones a la oración y a todo lo demás. Veamos ahora siete diferentes criterios.

1. Nos beneficiamos de las Escrituras cuando nos ayudan a comprender la importancia profunda de la oración. Es de temer que muchos lectores de la Biblia de hoy (y aun estudiosos) no tienen convicciones profundas de que una vida de oración definida es absolutamente necesaria para andar y comunicar con Dios, como lo es para la liberación del poder del pecado, las seducciones del mundo o los asaltos de Satán. Si esta convicción realmente poseyera sus corazones, ¿no pasarían más tiempo con el rostro delante de Dios? Es inútil, si no peor, replicar: "Hay una gran cantidad de obligaciones que tengo que cumplir y ocupan el tiempo que usaría para la oración, a pesar de que me gustaría hacerla". Pero, queda el hecho que cada uno de nosotros pone tiempo aparte para lo que consideramos es imperativo. ¿Quién vive una vida más activa que la que vivió nuestro Salvador? A pesar de ello encontró mucho tiempo para la oración. Si verdaderamente deseamos ser intercesores y hacer súplicas ante Dios y usamos en ello todo el tiempo disponible que tenemos ahora, El ordenará las cosas de modo que tendremos más tiempo.

La falta de convicción positiva en la profunda importancia de la oración se evidencia claramente en la vida corporativa de los cristianos profesos. Dios ha dicho sencillamente: "Mi casa será llamada casa de oración" (Mateo 21:13). Notemos: no "casa de predicación o de cánticos", sino de oración. Sin embargo, en la gran mayoría de las iglesias, incluso dentro de la ortodoxia, el ministerio de la oración ha pasado a ser negligible. Hay todavía campañas evangelísticas, Convenciones de enseñanza de la Biblia, pero cuán raramente se oye de dos semanas puestas aparte para oraciones especiales. Y ¿qué beneficio proporcionan estas "Convenciones de la Biblia" a las iglesias si su vida de oración no es reforzada? Pero, cuando el Espíritu de Dios aplica con poder en nuestros corazones palabras como: "Velad y orad, para que no entréis en tentación" (Marcos 14: 38); "En toda suplicación y ruego y acción de gracias sean notorias vuestras peticiones delante de Dios" (Filipenses 4:6); "Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias" (Colosenses 4:2), entonces nos beneficiamos de las Escrituras.

2. Nos beneficiamos de las Escrituras cuando nos hacen sentir que no sabemos bastante cómo orar. «No sabéis pedir como conviene» (Romanos 8:26). ¡Cuán pocos cristianos creen esto verdaderamente! La idea más común es que la gente sabe bastante bien lo que debe pedir, sólo que son descuidados o son malos, y dejan de orar por lo que saben bien que es su deber. Pero, este concepto discrepa por completo de la declaración inspirada de Romanos 8:26. Hay que observar que observar que esta afirmación que humilla a la carne, no se hace sobre los hombres en general, sino de los santos de Dios en particular, entre los cuales el apóstol no vacila en incluirse el mismo: "No sabemos lo que hemos de pedir como conviene". Si ésta es la condición del hombre regenerado, mucho peor será la de no regenerado. Con todo, una cosa es leer y asentir mentalmente lo que dice el versículo, y otra tener una comprensión de experiencia, porque para que el corazón sienta lo que Dios requiere de nosotros. El mismo debe obrarlo en nosotros y por medio de nosotros.

Digo mis oraciones con frecuencia,

Pero, ¿oro en verdad?

Y van los deseos de mi corazón,

¿Conforme a las palabras?

Lo mismo serviría arrodillarme

Y adorar a una piedra,

Que ofrecer a Dios como plegaria

Nada más que palabras,

Y labios que se mueven.

Ya hace muchos años que mí madre me hizo aprender de memoria estas líneas -la cual ya "está presente ahora en el Señor", pero su mensaje, vivo todavía, me martillea la mente. El cristiano no puede orar a menos que el Espíritu Santo se lo haga posible, lo mismo que no puede crear un mundo. Esto ha de ser así, porque la oración real es una necesidad sentida que ha sido despertada en nosotros por el Espíritu, de modo que pedimos a Dios, en el nombre de Cristo, aquello que está de acuerdo con su santa voluntad. "Y ésta es la confianza que tenemos ante él, que si pedirnos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye" (1ª Juan 5:14). Pero, el pedir algo que no es conforme a la voluntad de Dios no es orar, sino atrevimiento. Es verdad que Dios nos revela su voluntad, y la podemos conocer a través de su Palabra, sin embargo, no es de la manera que un libro de cocina nos da recetas culinarias para la preparación de platos. Las Escrituras frecuentemente enumeran principios que requieren un continuo ejercicio del corazón y ayuda divina para que veamos su aplicación a los diferentes casos y circunstancias. De modo que nos beneficiamos de las Escrituras cuando aprendemos en ellas nuestra profunda necesidad de clamar "Señor, enséñanos a orar" (Lucas 11: 1) y nos vemos constreñidos a pedirle a El espíritu de oración.

3. Nos beneficiamos de las Escrituras cuando nos damos más cuenta de nuestra necesidad de la ayuda del Espíritu. Primero, que nos haga conocer nuestras verdaderas necesidades. Tomemos, por ejemplo, nuestras necesidades materiales. Con cuánta frecuencia nos hallamos en una situación externa difícil; las cosas nos oprimen, y deseamos ser librados de estas tribulaciones y dificultades. Sin duda, pensamos que aquí sabemos «qué» es lo que tenemos que pedir. De ninguna manera y, al contrario, la verdad es que a pesar de nuestros deseos de alivio, somos tan ignorantes, nuestro discernimiento está tan embotado, que (incluso cuando se trata de una conciencia acostumbrada) no sabemos qué clase de sumisión a su agrado Dios puede requerir, o cómo podemos santificar estas aflicciones para nuestro bien interior. Por tanto, Dios considera las peticiones de muchos que claman pidiendo ayuda sobre cosas externas «aullidos», y no clamar a El con el corazón (ver Oseas 7:14). "Porque ¿quién sabe lo que es bueno para el hombre en la vida?" (Eclesiastés 6:12). Ah, la sabiduría celestial es necesaria para enseñarnos sobre nuestras necesidades» temporales, a fin de hacer de ellas un asunto de oración según la mente de Dios.

Quizá puedan añadirse unas pocas palabras a lo que ya se ha dicho. Podemos pedir sobre cosas temporales escrituralmente (Mateo 6:11, etc.), pero con una triple limitación. Primero, de modo incidental y no de modo primario, porque no son éstas las cosas de las que se preocupan los cristianos de modo principal (Mateo 6:33). Las cosas que deben buscarse primero y sobre todo, son las cosas celestiales y eternas (Colosenses 3:l), mucho más importantes y valiosas que las temporales. Segundo, de modo subordinado, como medio para un fin. El buscar cosas materiales de Dios no ha de ser a fin de conseguir satisfacción, sino como una ayuda para agradarle más. Tercero, de modo sumiso, no imperioso, porque esto sería el pecado de presunción. Además, no sabemos si el que se nos concediera gracia sobre algo temporal contribuiría realmente a nuestro bienestar supremo (Salmo 106:18) y por tanto debemos dejarle a Dios que decida.

Tenemos necesidades interiores también, además de las exteriores. Algunas pueden ser discernidas a la luz de la conciencia, tales como la culpa y la impureza del pecado, los pecados contra la luz y la naturaleza y la simple letra de la ley. Sin embargo, el conocimiento que tenemos de nosotros mismos por medio de la conciencia es tan oscuro y confuso que, aparte del Espíritu, no somos capaces de descubrir la verdadera fuente de purificación. Las cosas sobre las cuales los creyentes tienen que tratar primariamente con Dios en sus súplicas son el esta y la disposición de su alma, o sea espiritual. Por eso, David no estaba satisfecho con confesar las transgresiones que conocía y su pecado original (Salmo 51:1-5), sino que dándose cuenta de que no puede entender bien sus propios errores, desea ser limpiado de los "errores ocultos" (Salmo 19:12); pero le pide también a Dios que emprenda una búsqueda de su corazón para encontrar lo que pueda escapársele (Salmo 139:23,24), sabiendo que Dios requiere principalmente "verdad en lo íntimo" (Salmo 51: 6). Así que en vista de (1ª Corintios 2:10-12, deberíamos buscar la ayuda del Espíritu para que podamos pedir de modo aceptable a Dios.

4. Estamos beneficiándonos de las Escrituras cuando el Espíritu nos enseña el recto propósito de la oración. Dios ha establecido la ordenanza de la oración por lo menos con un triple designio. Primero, que el Dios Trino sea honrado, porque la oración es un acto de adoración, rendición de homenaje; al Padre como Dador, en el nombre del Hijo por medio del cual únicamente podemos acercarnos a El, a través del poder que nos impulsa. y dirige del Espíritu Santo. Segundo: para humillar nuestros corazones, porque la oración está ordenada para traernos a un lugar de dependencia, para desarrollar en nosotros un sentimiento de nuestra insignificancia, al admitir que sin el Señor no podernos hacer nada, y que somos como mendigos pidiendo todo lo que somos y tenemos. Pero, cuán débilmente se cumple esto (si es que :se cumple) en nosotros, hasta que el Espíritu nos lleva de la mano, quita nuestro orgullo, y da a Dios el verdadero lugar en nuestros corazones y pensamientos. Tercero, como un medio de obtener para nosotros mismos las cosas buenas que pedimos.

Es de temer que una de las principales razones por las que muchas oraciones quedan sin contestar es que tenemos un objetivo equivocado o sin valor.

Nuestro Salvador dice: «Pedid y recibiréis» (Mateo 7:7); pero Santiago afirma de algunos que «Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites». (Santiago 43). El orar pidiendo algo, pero no de modo expreso con miras a aquello para lo cual Dios lo ha designado, es «pedir mal»; y por tanto sin propósito eficaz. Toda la confianza que tenemos en nuestra propia sabiduría e integridad, si se nos deja proseguir nuestros objetivos nunca se ajustará a la voluntad de Dios. Hasta que el Espíritu restringe a la carne en nosotros, nuestros afectos propios naturales desordenados interfieren con nuestras súplicas, á las hacen inservibles. "Todo lo que hacéis, hace lo para la gloria de Dios" (1ª Corintios 10:31), sin embargo, nadie excepto el Espíritu puede hacer que nos subordinemos en nuestros deseos a la gloria de Dios.

5. Nos beneficiamos de las Escrituras cuando nos enseñan a reclamar las promesas de Dios. La oración debe ser hecha con fe (Romanos 10: 14), de lo contrario Dios no la escuchará. Ahora bien, la fe tiene respeto a las promesas de Dios (Hebreos 4:1; Romanos 4:21); si, por tanto, no comprendemos qué es lo que Dios ha prometido, no podemos orar. «Las cosas secretas pertenecen a Jehová, nuestro Dios» (Deuteronomio 29:29), pero la declaración de su voluntad y la revelación de su gracia nos pertenecen, y son nuestra regla. No hay nada que podamos necesitar que Dios no se haya comprometido a proporcionárnoslo, si bien de tal forma y bajo tales limitaciones que aseguren que será para nuestro bien y nos serán útiles. Por otra parte, nada hay que Dios haya prometido, que no tengamos necesidad de ello, o que de una manera u otra no nos afecte como miembros del cuerpo místico de Cristo. Por ello, cuanto mejor estemos familiarizados con las promesas divinas, y cuanto más comprendamos sus bondades, gracia y misericordia preparadas y propuestas en ellas, mejor equipados estamos para orar de modo aceptable.

Algunas de las promesas de Dios son generales más bien que específicas; algunas son condicionales, otras incondicionales, algunas se cumplen en esta vida, otras en la vida venidera. Tampoco podemos nosotros discernir por nuestra cuenta qué promesa es más apropiada para nuestro caso particular y la situación presente, o cómo apropiarla por fe y reclamarla rectamente de Dios. Por tanto, se nos dice de modo explícito: "Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoce las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha otorgado gratuitamente." (1ª Corintios 2:11,12). Si alguien contestara: si se requiere tanto para que una oración sea aceptable, si no podemos presentar peticiones a Dios con menos molestia de la que se indica, habrá pocos que quieran persistir durante algún tiempo en este deber, lo único que podríamos decirle es que esta persona no tiene la menor idea de lo que es orar ni parece tener interés en saberlo.

6. Nos beneficiamos de las Escrituras cuando nos llevan a una completa sumisión a Dios. Como se dijo antes, uno de los propósitos divinos al establecer la oración como una ordenanza es para ayudarnos a sentirnos humildes. Esto se muestra exteriormente cuando doblamos las rodillas ante el Señor. La oración es un reconocimiento de nuestra impotencia, un mirar a Dios de quien esperamos ayuda. Es admitir su suficiencia para suplir nuestra necesidad. Es el hacer conocidas nuestras "peticiones" (Filipenses 4:6) a Dios; pero peticiones es algo muy distinto de "requerimientos". "El trono de la gracia no existe para que nosotros podamos acudir a él para obtener satisfacciones de nuestras pasiones" (Wm. Gurnall). Hemos de presentar nuestro caso delante de Dios, pero dejar que su sabiduría superior prescriba la forma de decidirlo. No debe haber intentos de imposición, ni podemos "reclamar" nada de Dios, porque somos como mendigos dependientes de su misericordia. En todas nuestras peticiones debemos añadir: "Sin embargo, hágase tu voluntad, no la mía".

Pero, ¿no puede la fe presentar a Dios sus promesas y esperar una respuesta? Ciertamente; pero debe ser la respuesta de Dios. Pablo pidió a Dios que le quitara la espina de la carne tres veces; pero en vez de hacerlo el Señor le dio gracia para sobrellevarla (2ª Corintios 12). Muchas de las promesas de Dios son generales, en vez de personales. Ha prometido pastores, maestros Y evangelistas a su Iglesia, y con todo hay muchos grupos de creyentes que languidecen por falta de ellos. Algunas de las promesas de Dios son indefinidas y generales en vez de absolutas y universales: como por ejemplo, en Efesios 6:2,3. Dios no se ha obligado a dar nada de modo específico, a conceder la cosa particular que pedimos, incluso cuando pedimos con fe. Además, El se reserva el derecho de decidir el momento y sazón para concedernos sus misericordias. "Buscad a Jehová todos los humildes de la tierra, los que pusisteis por obra sus ordenanzas; buscad la justicia, buscad la mansedumbre; quizá quedaréis resguardados en el día del enojo de Jehová." (Sofonías 2:3). Por el hecho de que "quizá" Dios me conceda una misericordia temporal determinada, es mi deber presentarme ante El y pedirla, sin embargo, debo estar sumiso a su voluntad para la concesión de la misma.

7. Estamos beneficiándonos de las Escrituras cuando la oración se vuelve un gozo real y profundo. El mero "decir nuestras oraciones" cada mañana y noche es una tarea pesada, un deber que debe ser cumplido que nos hace dar un suspiro de alivio cuando hemos terminado. Pero el presentarnos realmente ante la presencia de Dios, para contemplar la gloriosa luz de su faz, para estar en comunión con El en el propiciatorio, es un anticipo de la bienaventuranza eterna que nos aguarda en el cielo. Quien es bendecido con esta experiencia dice con el salmista: "El acercarme a Dios es el bien". (Salmo 73:8.) Sí, bien para el corazón, porque le da paz; bien para la fe, porque la fortalece; bien para el alma, porque la bendice. Es la falta de esta comunión del alma con Dios que se halla a la raíz de la falta de respuesta a nuestras oraciones: "Pon asimismo tu delicia en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón." (Salmo 37:4.)

¿Qué es lo que, bajo la bendición del Espíritu, produce este gozo en la oración? Primero, es el deleite del corazón en Dios como el Objeto de la oración, y particularmente el reconocer y comprender que Dios es nuestro Padre. Así que, cuando los discípulos pidieron al Señor Jesús que les enseñara a orar, dijo: "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos." Y luego: "Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, o sea, Padre!" (Gálatas 4:6), que incluye un deleite filial, santo en Dios, como los hijos tienen deleite en sus padres cuando se dirigen con afecto a ellos. Y de nuevo, en Efesios 2:18, se nos dice para fortalecer la fe y consuelo de nuestros corazones: "Porque por medio de él los unos y los otros tenemos acceso por un mismo Espíritu al Padre." ¡Qué paz, qué seguridad, qué libertad da esto al alma: saber que nos acercamos a nuestro Padre!

Segundo. El gozo en la oración es incrementado porque el corazón capta el alma y contempla a Dios en el trono de gracia: una vista o perspectiva, no por imaginación de la carne, sino por iluminación espiritual, porque es por fe que "vemos al Invisible" (Hebreos 11:27); la fe es "la evidencia de las cosas que no se ven" (Hebreos 11: l), hace evidente y presente su objeto propio a los ojos de los que creen. Esta visión de Dios en su "trono" tiene que conmover el alma. Por tanto se nos exhorta: "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Hebreos 4:16).

Tercero. Del versículo anterior sacamos también que la libertad y el deleite en la oración son estimulados por ver que, Dios, por medio de Jesucristo, está dispuesto a dispensarnos gracia y misericordia a los pecadores suplicantes. No tenemos que vencer ninguna resistencia suya. Dios está más dispuesto a dar que nosotros a recibir. Así se le presenta en Isaías 30:18: "Con todo esto, Jehová aguardará para otorgaros su gracia." Sí, Dios aguardará a que le busquemos; aguardará a que los fieles echen mano de su disposición para bendecir. Su oído está siempre atento al clamor del justo. Por tanto "acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe" (Hebreos 10:22); «sean presentadas vuestras peticiones delante de Dios, mediante oración y ruego con acción de gracias y la paz de Dios, que sobrepasa a todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:6, 7).

14. LECCION CATORCE

Las Escrituras y Cristo


El orden que seguimos en esta serie es el de la experiencia. No es hasta que el hombre está completamente disgustado consigo mismo que empieza a aspirar hacia Dios. La criatura caída, engañada por Satán, está satisfecha de ella misma, hasta que sus ojos cegados por el pecado son abiertos para darse una mirada a sí mismo. El Espíritu Santo obra primero en nosotros un sentimiento de nuestra ignorancia, vanidad, pobreza y corrupción, antes de llevarnos a percibir y reconocer que en Dios solamente podemos encontrar verdadera sabiduría, felicidad real, bondad perfecta y justicia inmaculada. Hemos de ser hechos conscientes de nuestras imperfecciones antes de poder apreciar rectamente las divinas perfecciones. Cuando contemplamos las perfecciones de Dios, el hombre se convence más aún de la infinita distancia que le separa del Altísimo. Al conocer algo de las exigencias que Dios le presenta, y ante su completa imposibilidad de cumplimentarlas, está preparado a escuchar y dar la bienvenida a las buenas nuevas de que Otro ha cumplido plenamente estas exigencias para todos los que creen en El.

"Escudriñad las Escrituras», dijo el Señor Jesús, y luego añadió: porque... ellas son las que dan testimonio de Mí" (Juan 5:39). Testifican de El cómo el único Salvador para los pecadores perdidos, cómo el único Mediador entre Dios y el hombre, cómo el único que puede acercarse al Padre. Ellas testifican las maravillosas perfecciones de su persona, las glorias variadas de los oficios que cumple, la suficiencia de su obra consumada. Aparte de la Escritura, no le podemos conocer. En ellas solamente es que nos es revelado. Cuando el Santo Espíritu muestra al hombre algunas de las cosas de Cristo, haciéndolo con ello conocido al alma, no usa otra cosa que lo que está escrito. Aunque es verdad que Cristo es la clave de la Escritura, es igualmente verdad que sólo en la Escritura tenemos un descubrimiento del "misterio de Cristo" (Efesios 3:4).

Ahora bien, la medida de lo que nos beneficiamos de la lectura y estudio de las Escrituras puede ser determinado por la extensión en que Cristo ha pasado a ser más real y más precioso en nuestros corazones. El "crecer en la gracia" se define como «y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2.a Pedro 3: 18): La segunda parte del versículo no es algo añadido a la primera, sino una explicación de la misma. El "conocer" a Cristo (Filipenses 3:10) era el anhelo y objetivo supremo del apóstol Pablo, deseo y objetivo al cual subordinaba todos sus otros intereses. Pero, notémoslo bien: el "conocimiento" del cual se habla en estos versículos no es intelectual, sino espiritual, no es teórico sino experimental, no es general, sino personal. Es un conocimiento sobrenatural, que es impartido en el corazón regenerado por la operación del Santo Espíritu, según El mismo interpreta y nos aplica las Escrituras concernientes al mismo.

Ahora bien, el conocimiento de Cristo que el Espíritu bendito imparte al creyente por medio de las Escrituras, le beneficia de diferentes maneras, según los marcos, circunstancias y necesidades variables. Con respecto al pan que Dios dio a los hijos de Israel durante su peregrinaje en el desierto, se dice que "algunos recogían más, otros menos" (Éxodo 16:17). Lo mismo es verdad de nuestra captación de El, de quien el maná era un tipo. Hay algo en la maravillosa persona de Cristo que es exactamente apropiado a cada condición, cada circunstancia, cada necesidad, tanto en el tiempo como en la eternidad. Hay una inagotable plenitud en Cristo (Juan 1: 16) que está disponible para que saquemos de ella, y el principio que regula la extensión en la cual pasamos a ser «fuertes en la gracia que es en Cristo Jesús» (2ª Timoteo 2: l), es "según tu fe te sea hecho" (Mateo 9:29).

1. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando éstas le revelan su necesidad de Cristo. El hombre en su estado natural se considera autosuficiente. Es verdad, tiene una vaga percepción de que hay algo que no está del todo bien entre él y Dios, sin embargo no tiene dificultades para convencerse de que puede hacer lo necesario para propiciarle. Esto está a la base de toda religión humana, empezada por Caín, en cuyo «camino» (Judas 11) todavía andan las multitudes. Dile a un devoto «religioso formalista» que "los que viven según la carne no pueden agradar a Dios", y al punto su urbanidad y cortesía hipócritas son sustituidas por la indignación. Así era cuando Cristo estaba en la tierra. El pueblo más religioso de todos, los judíos, no tenían sentido de que estaban "perdidos" y en desesperada necesidad de un Salvador Todopoderoso.

"Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos" (Matea 9:12). Es la misión particular del Espíritu Santo, por medio de su aplicación de las Escrituras, el redargüir a los pecadores de pecado y convencerles de su desesperada condición, llevarles a ver que su estado es tal que "desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en ellos cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga" (Isaías 1:6). Cuando el Espíritu nos convence de pecado -nuestra ingratitud a Dios, nuestro murmurar, nuestro descarrío de El- cuando insiste en los derechos de Dios -su derecho a nuestro amor, obediencia y adoración- y todos nuestros tristes fallos en rendirle lo que se le debe, entonces reconocemos que Cristo es nuestra única esperanza, y que, excepto si nos acogemos a El como refugio, la justa ira de Dios caerá irremisiblemente sobre nosotros.

Ni hemos de limitar esto a la experiencia inicial de la conversión. Cuando más el Espíritu profundiza su obra de gracia en el alma regenerada, más consciente se vuelve el individuo de su contaminación, su pecaminosidad y su miseria; y más descubre su necesidad de la preciosa sangre que nos limpia de todo pecado, y le da valor. El Espíritu está aquí para glorificar a Cristo, y la manera principal en que lo hace es abriéndonos los ojos más y más para que veamos por quién murió Cristo, cuán apropiado es Cristo para las criaturas desgraciadas, ruines y contaminadas. Sí, cuanto, más nos beneficiamos realmente de nuestra lectura de las Escrituras, más vemos nuestra necesidad de Cristo.

2. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando éstas le hacen a Cristo más real, en él gran masa de la nación israelita no veía más que la cáscara externa en las ceremonias y ritos que Dios les había dado, pero el remanente regenerada tuvieron el privilegio de ver a Cristo mismo. "Abraham se regocijó viendo mi día", dijo Cristo (Juan 8:56). Moisés estimó el «reproche de Cristo» más que las grandes riquezas y tesoros de Egipto (Hebreos 11:26). Lo mismo es en el Cristianismo. Para las multitudes, Cristo no es más que un nombre, a lo más un personaje histórico. No tiene tratos personales con El, no gozan de comunión espiritual con El. Si ellos oyen a uno hablar del arrebatamiento de su excelencia, le consideran como un fanático o un entusiasta. Para ellos Cristo es vago, ininteligible, irreal. Pero para el cristiano consagrado la cosa es muy distinta. El lenguaje de su corazón es:

Oí la voz de Jesucristo

No quiero oír ya otra.

Vi la faz de Jesucristo

Esto ya basta a mi alma.

Sin embargo esta visión bienaventurada no es la experiencia sistemática e invariable de los santos. Tal como hay nubes entre el sol y la tierra ocasionalmente, también hay fallos en nuestro camino que interrumpen nuestra comunión con Cristo y sirven para escondernos la luz de su rostro. "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" (Juan 14:21). Sí, es a aquel que por la gracia anda por el camino de la obediencia a quien el Señor Jesús se manifiesta. Y cuando más frecuentes y prolongadas son estas manifestaciones, más real El se vuelve para el alma, hasta que Puede decir con Job: «De oídas te conocía; más ahora mis ojos te ven.» De modo que cuanto más Cristo pasa a ser una realidad viviente en mí, más me beneficio de la Palabra.

3. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando más absorbido queda en las perfecciones de Cristo. Lo que lleva al alma a Cristo al principio es un sentido de necesidad, pero lo que le atrae después es la comprensión de su excelencia, Y ésta le hace seguirlo. Cuanto más real se vuelve ¡Cristo, más somos atraídos por sus perfecciones. Al principio lo vemos sólo como un Salvador, pero cuando el Espíritu continúa llevándonos a las cosas de Cristo y nos las muestra, descubrimos que en su cabeza hay "muchas coronas" (Apocalipsis 19:12). En el Antiguo Testamento se le llama: "Su nombre será llamado Admirable" (Isaías 9:6). Su nombre significa todo lo que es, según nos hacen conocer las Escrituras. "Admirables" son sus oficios, en su número, variedad y suficiencia. El es el Amigo más íntimo que el hermano, la ayuda segura en tiempo de necesidad. El es el Sumo Sacerdote, que comprende nuestras flaquezas. El es el Abogado para con el Padre, que defiende nuestra causa cuando Satán nos acusa.

Tenemos la necesidad de estar ocupados con Cristo, estar sentados a sus pies como María, y recibir de su plenitud. Nuestro deleite principal debería ser: "Considerar al Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión" (Hebreos 3: 1): para contemplar las variadas relaciones que tiene con nosotros, meditar en las muchas promesas que nos ha dado, regalarnos en el maravilloso e inmutable amor que nos tiene. Al hacerlo, nos deleitaremos en el Señor, de forma que los cantos de sirena del mundo no tendrán el menor encanto para nosotros. ¿Conoces, lector amigo, algo de esto en tu experiencia presente? ¿Es tu gozo principal el estar ocupado con El? Si no, tu lectura y estudio de la Biblia te han beneficiado muy poco de verdad.

4. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando Cristo se vuelve más precioso para él. Cristo es precioso en la estimación de los verdaderos creyentes (1.a Pedro 2:7). Su nombre es para ellos "ungüento derramado". Consideran todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús su Señor (Filipenses 3:8). Como la gloria de Dios que apareció como una visión maravillosa en el templo y en la sabiduría y esplendor de Salomón, atrajo adoradores desde los últimos cabos de la tierra, la excelencia de Cristo, sin paralelo, que fue prefigurada por aquella, es más poderosa aún para atraer los corazones de su pueblo. El Demonio lo sabe muy bien, y por ello sin cesar se ocupa en cegar la mente de aquellos que no creen, colocando delante de ellos todos los atractivos del mundo. Dios le permite también que asalte al creyente, porque está escrito: "Resistid al diablo, y de vosotros huirá" (Santiago 4:7). Resistidle por medio de la oración sincera y fervorosa y específica, pidiendo al Espíritu que te atraiga los sentidos hacia Cristo.

Cuanto más nos dejamos absorber por las perfecciones de Cristo, más le amamos y le adoramos. Es la falta de conocimiento experiencial de El que hace que nuestros corazones sean fríos hacia El. Pero, donde se cultiva la comunión diaria el cristiano puede decir con el Salmista: "¿A quién tengo en el cielo sino en Ti? No hay para mí otro bien en la tierra" (Salmo 73:25). Esto es la verdadera esencia y naturaleza distintiva del verdadero Cristianismo. Los fanáticos legalistas pueden ocuparse diligentemente de diezmar la menta, el anís y el comino, pueden recorrer mar y tierra para arrastrar un prosélito, pero no tienen amor a Dios en Cristo. Es el corazón lo que Dios contempla: "Hijo mío, dame tu corazón" (Proverbios 23:26), nos pide. Cuanto más precioso es Cristo para nosotros más se deleita El en nosotros.

5. Un individuo que se beneficia de las Escrituras tiene una confianza creciente en Cristo. Hay "fe pequeña" (Mateo 14:3) y "fe grande" (Mateo 8:10). Hay la "plena seguridad de la fe" (Hebreos 10: 22), y el confiar en el Señor "de todo corazón" (Proverbios 3:5). De la misma manera que hay el crecer "de fortaleza en fortaleza" (Salmo 84:7), leemos de ir "de fe en fe" (Romanos 1:17). Cuanto más firme y fuerte es nuestra fe, más honramos a Jesucristo. Incluso en una lectura rápida de los cuatro Evangelios se revela el hecho que nada complacía más al Señor que la firme confianza que ponían en El aquellos que realmente contaban con El. El mismo vivió y anduvo por fe, y cuanto más lo hacemos, más son confirmados los "miembros" como una unidad con la "cabeza". Por encima de todo hay una cosa que hemos de proponernos y buscar diligentemente en la oración: que aumente nuestra fe. De los Tesalonicenses Pablo pudo decir: "vuestra fe va creciendo" (II Tesalonicenses 1:3).

Ahora bien, no podemos confiar en Cristo en lo más mínimo a menos que le conozcamos, y cuanto mejor le conocemos más confiaremos en El. "En ti confiarán los que conocen tu nombre" (Salmo 9: 10). A medida que Cristo pasa a ser más real al corazón, nos ocupamos más y más con sus perfecciones y El se vuelve más precioso para nosotros, la confianza en El se profundiza hasta que pasa a ser tan natural confiar en El como respirar. La vida cristiana es andar por fe (2ª Corintios 5:7), y esta misma expresión denota un progreso continuo, una liberación progresiva de las dudas y los temores, una seguridad más plena de que todas sus promesas serán realiza as. Abraham es el Padre de los creyentes, y por ello la crónica de su vida nos proporciona una ilustración de lo que significa una confianza que se va haciendo más profunda. Primero, obedeciendo una simple palabra de Dios abandonó todo lo que amaba según la carne. Segundo, prosiguió adelante dependiendo simplemente de El y residió como extranjero y peregrino en la tierra prometida, aunque nunca tuvo bajo su posesión un palmo de la misma. Tercero, cuando se le prometió que le nacería simiente en su edad provecta, no consideró los obstáculos que había en el cumplimiento de la promesa, sino que su fe le hizo dar gloria a Dios. Finalmente, cuando se le llamó para ofrendar a Isaac, a pesar de que esto impediría la realización de la promesa en el futuro, consideró que Dios «podía levantarle incluso de los muertos» (Hebreos 11: 19).

En la historia de Abraham se nos muestra cómo la gracia puede someter un corazón incrédulo, cómo el espíritu puede salir victorioso de la carne, cómo los frutos sobrenaturales de una fe dada y sostenida por Dios pueden ser producidos por un hombre con pasiones o debilidades como las nuestras. Esto se nos presenta para animarnos, para que oremos que Dios quiera obrar en nosotros lo que obró en el padre de los fieles. No hay nada que complazca, honre y glorifique a Cristo como la confianza firme y expectante, cuál de un niño, por parte de aquellos a quienes ha dado motivo para que confíen en El de todo su corazón. Y nada evidencia mejor que nos hemos beneficiado de las Escrituras que una fe creciente en Cristo.

6. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando éstas engendran en él un deseo cada vez más profundo de agradar a Cristo. "No sois vuestros, pues comprados sois por precio» (1ª Corintios 6:19, 20), es el primer gran hecho que el cristiano tiene que entender bien. Para ello no debe «vivir para sí sino para aquel que murió El" (2ª Corintios 5:15). El amor se deleita en agradar lo que ama, y cuanto más el afecto nos atraiga a Cristo más desearemos honrarle por medio de una vida de obediencia a su voluntad, según la conocemos. "Si me amáis, guardad mis mandamientos" (Juan 14:23). No es en emociones alegres y felices o en profesiones verbales de devoción, sino en el tomar su yugo y someternos prácticamente a sus preceptos que honramos a Cristo principalmente.

En este punto es, precisamente, que se comprueba la autenticidad de nuestra profesión de fe. ¿Tiene fe en Cristo aquél que no hace ningún esfuerzo para conocer su voluntad? ¡Qué desprecio para un rey si sus súbditos rehusaran leer sus proclamas! Donde hay fe en Cristo habrá deleite en sus mandamientos y tristeza cuando son quebrantados. Cuando desagradamos a Cristo lamentamos nuestro fallo. Es imposible creer seriamente que fueron mis pecados los que causaron que el Hijo de Dios derramara su preciosa sangre sin que yo aborrezca estos pecados. Si Cristo sufrió bajo el pecado, también hemos de sufrir nosotros. Y cuanto más sinceros son estos gemidos, más sinceramente buscaremos gracia para ser librados de todo lo que desagrada al Redentor, y reforzar nuestra decisión para hacer todo lo que le complace.

7. Un individuo se beneficia de las Escrituras cuando le hacen anhelar la segunda venida de Cristo. El amor puede satisfacerse sólo con la vista del objeto amado. Es verdad que incluso ahora contemplamos a Cristo por la fe; sin embargo es "como a través de un espejo, oscuramente". Pero, cuando venga le veremos "cara a cara" (1ª Corintios 13:12). Entonces se cumplirán sus propias palabras: "Padre, aquellos que me has dado, quiero que dónde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo" (Juan 17:24). Sólo esto satisfará plenamente los deseos de su corazón, y sólo esto llenará los anhelos de los redimidos. Sólo entonces «verá el fruto de su trabajo y será satisfecho» Isaías 53: 1l); y "En cuanto a Mí, veré tu rostro en justicia; al despertar, me saciaré de tu semblante" (Salmo 17: 15).

Al retorno de Cristo habremos terminado con el pecado para siempre. Los elegidos son predestinados a ser conformados a la imagen del Hijo de Dios, y el propósito divino será realizado sólo cuando Cristo reciba a su pueblo a sí mismo. "Seremos como El es, porque le veremos tal como El es." Nunca más nuestra comunión con El será interrumpida, nunca más habrá gemido o clamor sobre nuestra corrupción; nunca más nos acusará la incredulidad. El presentará a sí mismo "la Iglesia, como una iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga ni cosa semejante, sino santa y sin mancha" (Efesios 5:27). Este es un momento que estamos esperando ávidamente. Esperamos con amor a nuestro Redentor. Cuanto más anhelamos al que ha de venir, más despabilamos nuestras lámparas en la ávida expectativa de su llegada, más evidencia damos de que nos beneficiamos del conocimiento de la Palabra.

Que el lector y el autor busquen sinceramente la presencia de Dios en sí mismos. Que busquemos respuestas verídicas a estas preguntas. ¿Tenemos un sentido más profundo de nuestra necesidad de Cristo? ¿Se vuelve Cristo para nosotros una realidad más brillante y viva? ¿Estamos hallando más deleite al ocuparnos de sus perfecciones? ¿Está Cristo haciéndose más y más precioso para nosotros diariamente? ¿Crece nuestra fe en El de modo que confiamos más en El para todo? ¿Estamos buscando realmente complacerle en todos los detalles de nuestras vidas? ¿Estamos deseándole tan ardientemente que nos llenaría de gozo si regresara durante las próximas veinticuatro horas? ¡Que el Espíritu Santo escudriñe nuestros corazones con estas preguntas específicas!

13. LECCION TRECE

Las Escrituras y Dios


Las Sagradas Escrituras son totalmente sobrenaturales. Son una revelación divina. "Toda Escritura es inspirada por Dios" (2ª Timoteo 3:16). No es meramente que Dios elevara la mente de los hombres, sino que dirigió sus pensamientos. No es simplemente que El les comunicara los conceptos sino que El dictó las mismas palabras que usaron. "Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (2ª Pedro 1:21). Cualquier "teoría" humana que niega la inspiración verbal de las Escrituras es una añagaza de Satán, un ataque a la verdad de Dios. La imagen divina está estampada en cada página. Escritos tan santos, tan celestiales, tan tremendos, no pueden haber sido creados por el hombre.

Las Escrituras nos hacen conocer a un Dios sobrenatural. Esto puede ser una expresión innecesaria pero hoy es necesario hacerla. El «dios» en que creen muchos cristianos profesos se está volviendo más y más pagano. El lugar prominente que los "deportes" ocupan hoy en la vida de la nación, el excesivo amor al placer, la abolición de la vida de] hogar, la falta de pudor escandalosa de las mujeres, son algunos de los síntomas de la misma enfermedad que trajo la caída y desaparición de imperios como Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Y la idea que tiene de Dios, en el siglo veinte, la mayoría de la gente en países nominalmente "cristianos" se está aproximando gradualmente al carácter adscrito a los dioses de los antiguos. En agudo contraste con ello, el Dios de las Sagradas Escrituras está vestido de tales perfecciones y atributos que el mero intelecto humano no podría haberlos inventado.

Dios sólo puede sernos conocido por medio de su propia revelación natural. Aparte de las Escrituras, incluso una idea teórica de Dios sería imposible. Todavía es verdad que el "mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría" (1ª Corintios 1:21). Donde no hay conocimiento de las Escrituras, no hay conocimiento de Dios. Dios es "un Dios desconocido" (Hechos 17:23). Pero se requiere algo más que las Escrituras para que el alma conozca a Dios, le conozca de modo real, personal, vital. Esto parece ser reconocido por pocos hoy. Las prácticas prevalecientes consideran que se puede obtener un conocimiento de Dios estudiando la Palabra, de la misma manera que se obtiene un conocimiento de Química estudiando libros de texto. Puede conseguirse un conocimiento intelectual; pero no espiritual. Un Dios sobrenatural solo puede ser conocido de modo sobrenatural (es decir, conocido de una manera por encima de lo que puede conseguir la mera naturaleza), por medio de una revelación sobrenatural de El mismo en el corazón. "Porqué Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (2ª Corintios 4:6). El que ha sido favorecido con esta experiencia ha aprendido que sólo "en su luz veremos la luz" (Salmo 36:9).

Dios puede ser conocido sólo por medio de una facultad sobrenatural. Cristo dejó este punto bien claro cuando dijo: "A menos que un hombre nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3). La persona no regenerada no tiene conocimiento espiritual de Dios. "Pero el hombre natural no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede conocer, porque se han de discernir espiritualmente" (1ª Corintios 2: 14). El agua, por sí misma, nunca se levanta del nivel en que se halla. De la misma manera el hombre natural es incapaz de percibir lo que trasciende de la mera naturaleza. "Esta es la vida eterna que te conozcan a Ti el único Dios verdadero" (Juan 17:3). La vida eterna debe ser impartida antes que pueda ser conocido el "verdadero Dios". Esto se afirma claramente en (1ª Juan 5:20): "Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios v. la vida eterna." Sí, un "conocimiento", un conocimiento espiritual, debe sernos dado por una nueva creación, antes de que podamos conocer a Dios de una manera espiritual.

Un conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y esto es algo que desconocen totalmente la multitud de miembros de nuestras iglesias. La mayor parte de la "religión" de estos días no consiste en nada más que unos toques al "viejo Adán". Es simplemente adornar sepulcros llenos de corrupción. Es una forma externa. Incluso cuando hay un credo sano, la mayoría de las veces no se trata de nada más que de ortodoxia muerta. No hay por qué maravillarse de esto. Ha ocurrido ya antes. Ocurría cuando Cristo se hallaba sobre la tierra. Los judíos eran muy ortodoxos. Al mismo tiempo estaban libres de idolatría. El templo se levantaba en Jerusalén, se explicaba la Ley, se adoraba a Jehová. Y sin embargo Cristo les dijo: "El que me envió es verdadero, al cual vosotros no conocéis" (Juan 7:28). "Ni a Mí me conocéis, ni a mi Padre; si a Mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais" (Juan 8:19). "Mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis" (Juan 8:54, 55). Y notémoslo bien, ¡se dice a un pueblo que tenía las Escrituras, las escudriñaba diligentemente y las veneraba como la Palabra de Dios! Conocían a Dios muy bien teóricamente, pero no tenían de El un conocimiento espiritual.

Tal como ocurría en el mundo judío lo mismo ocurre en la Cristiandad. Hay multitud que "creen" en la Santísima Trinidad, pero están por completo desprovistos de un conocimiento sobrenatural o espiritual de Dios. ¿Cómo podemos afirmar esto? De esta manera: el carácter del fruto revela el carácter del árbol que lo da; la naturaleza del agua nos hace conocer la fuente de la cual mana. Un conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y una experiencia sobrenatural resulta un fruto sobrenatural. Es decir, cuando Dios vive en el corazón, revoluciona y transforma la vida. Se produce lo que la mera naturaleza no puede producir, más aún, lo que es directamente contrario a ella. Y esto se puede notar que está ausente de la vida del 95 % de los que ahora profesan ser hijos de Dios. No hay nada en la vida del cristiano típico, o sea la mayoría, que no se pueda explicar en términos naturales. Pero el Hijo de Dios auténtico es muy diferente Este es, en verdad, un milagro de la gracia; "es una nueva criatura en Cristo Jesús" (2ª Corintios 5:17). Su experiencia, su vida es sobrenatural.

La experiencia sobrenatural del cristiano se ve en su actividad hacia Dios. Teniendo en sí la vida de Dios, habiendo sido hecho «partícipe de la divina naturaleza» (2ª Pedro 1:4), ama por necesidad a Dios, las cosas de Dios; ama lo que Dios ama; y, al contrario, aborrece lo que Dios aborrece. Esta experiencia sobrenatural es obrada en El por el Espíritu de Dios, y esto por medio de la Palabra. Por medio de la Palabra vivifica. Por medio de la Palabra redarguye de pecado. Por medio de la Palabra, santifica. Por medio de la Palabra, da seguridad. Por medio de la Palabra hace que aumente la santidad. De modo que cada uno de nosotros puede dilucidar la extensión en que nos aprovecha su lectura y estudio de la Escritura por los efectos que, por medio del Espíritu que los aplica, producen en nosotros. Entremos ahora en detalles. Aquel que se está beneficiando de las Escrituras tiene:

1. Una clara noción de los derechos de Dios. Entre el Creador y la criatura ha habido constantemente una gran controversia sobre cuál de ellos ha de actuar como Dios, sobre si la sabiduría de Dios o la de los hombres deben ser la guía de sus acciones, sobre si su voluntad o la de ellos tiene supremacía. Lo que causó la caída de Lucifer fue el resentimiento de su sujeción al Creador: "Tú decías en tu corazón: Subiré al cielo; por encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono... y seré semejante al Altísimo" (Isaías 14:13, 14). La mentira de la serpiente que engañó a nuestros primeros padres y los llevó a la destrucción fue: "Seréis como dioses" (Génesis 3:5). Y desde entonces el sentimiento del corazón del hombre natural ha sido: "Apártate de nosotros, porque no queremos conocer tus caminos. ¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos?" (Job 21:14, 15). "Por nuestra lengua prevaleceremos; nuestros labios por nosotros; ¿quién va a ser amo nuestro?" (Salmo 12:4). "¿Vagamos a nuestras anchas, nunca más vendremos a ti?" (Jeremías 2:13).

El pecado ha excluido a los hombres de Dios (Efesios 4:18). El corazón del hombre es contrario a El, su voluntad es opuesta a la suya, su mente está en enemistad con Dios. Al contrario, la salvación significa ser restaurado a Dios: "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios" (1ª Pedro 3:18). Legalmente esto va ha sido cumplido; experimentalmente está en proceso de cumplimiento. La salvación significa ser reconciliado con Dios; y esto implica e incluye que el dominio del pecado sobre nosotros ha sido quebrantado, la enemistad interna ha sido destruida, el corazón ha sido ganado por Dios. Esta es la verdadera conversión; es el derribar todo ídolo, el renunciar a las vanidades vacías de un mundo engañoso, tomar a Dios como nuestra porción, nuestro rey, nuestro todo en todo. De los Corintios se lee que "se dieron a sí mismos primeramente al Señor" (2.a Corintios 8: S). El deseo y la decisión de los verdaderos convertidos es que "ya no vivan para sí, sino para aquél que murió y resucitó por ellos" (2ª Corintios 5:15).

Ahora se reconoce lo que Dios reclama su legítimo dominio sobre nosotros es admitido, se le admite como Dios. Los convertidos «se presentan a sí mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y sus miembros, como instrumentos de justicia» (Romanos 6:13). Esta es la exigencia que nos hace: el ser nuestro Dios, el ser servido como tal por nosotros; para que nosotros seamos y hagamos, absolutamente y sin reserva, todo lo que El requiere, rindiéndonos plenamente a El (ver Lucas 14: 26, 27, 33). Corresponde a Dios, como Dios, el legislar, prescribir, decidir por nosotros; nos pertenece a nosotros como deber el ser regidos, gobernados, mandados por El a su agrado.

El reconocer a Dios como nuestro Dios es darle a El el trono de nuestros corazones. Es decir, en el lenguaje de Isaías 26:13: "Jehová nuestro Dios, otros señores fuera de ti se han enseñoreado de nosotros; pero solamente con tu ayuda nos acordamos de tu nombre." "Oh, Dios, mi Dios eres tú; de madrugada te buscaré" (Salmo 63:1). Ahora bien, nos beneficiamos de las Escrituras, en proporción a la intensidad con que esto pasa a ser nuestra propia experiencia. Es en las Escrituras, y sólo en ellas, que lo que Dios exige se nos revela v establece, somos bendecidos en tanto cuanto obtenemos una clara y plena visión de los derechos de Dios, y nos rendimos a ellos.

2. Un temor mayor de la majestad de Dios. "Tema a Jehová toda la tierra; teman delante de El todos los habitantes del mundo" (Salmo 33:8). Dios está tan alto sobre nosotros que el pensamiento de su majestad debería hacernos temblar. Su poder es tan grande que la comprensión del mismo debería aterrorizarnos. Dios es santo de modo inefable, su aborrecimiento al pecado es infinito, y el solo pensamiento de mal obrar debería llenarnos de horror. "Dios es temible en la gran congregación de los santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor de EI" (Salmo 89:7).

"El temor de Jehová es el principio de la sabiduría" (Proverbios 9:10) y "sabiduría" es un uso apropiado del "conocimiento". En tanto cuanto Dios es verdaderamente conocido será debidamente temido. Del malvado está escrito: "No hay temor de Dios delante de sus ojos" (Romanos 3:18). No se dan cuenta de su majestad, no se preocupan de su autoridad, no respetan sus mandamientos, no les alarma el que los haya de juzgar. Pero, respecto al pueblo del pacto, Dios ha prometido: "Y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de Mí" (Jeremías 32:40). Por tanto tiemblan ante su Palabra Isaías 66: 5) y andan cuidadosamente delante de El.

"El temor de Jehová es aborrecer el mal" (Proverbios 8:13). Y otra vez: "Con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal" (Proverbios 16:6). El hombre que vive en el temor de Dios es consciente de que «Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos» (Proverbios 15:3), por lo que cuida de su conducta privada así como la pública. El que se abstiene de cometer algunos pecados porque los ojos de los hombres están sobre él, pero no vacila en cometerlos cuando está solo, carece del temor de Dios. Asimismo el hombre que modera su lengua cuando hay creyentes alrededor, pero no lo hace en otras ocasiones carece del temor de Dios. No tiene una conciencia que le inspire temor de que Dios le ve y le oye en toda ocasión. El alma verdaderamente regenerada tiene miedo de desobedecer y desafiar a Dios. Ni tampoco quiere hacerlo. No, su deseo real y profundo es agradar a Dios en todas las cosas, en todo momento y en todo lugar. Su ferviente oración es: "Afianza mi corazón para que tema tu nombre" (Salmo 86:1l).

Incluso el santo tiene que ser enseñado a temer a Dios (Salmo 34:1l). Y aquí, como siempre es por medio de la Escritura que se da esta enseñanza (Proverbios 2:5). Es a través de las Escrituras que aprendemos que los ojos de Dios están siempre sobre nosotros, notando nuestras acciones, pesando nuestros motivos. Cuando el Santo Espíritu aplica las Escrituras a nuestros corazones, hacemos más caso de la orden: "Permanece en el temor de Jehová todo el día" (Proverbios 23:17). Así que, en la medida en que sentimos temor ante la tremenda majestad de Dios, somos conscientes de que "Tú me ves" (Génesis 16:13), v "procuramos nuestra salvación con temor y temblor" (Filipenses 2:12), nos beneficiamos verdaderamente de nuestra lectura y estudio de la Biblia.

3. Una mayor reverencia a los mandamientos de Dios. El pecado entró en el mundo cuando Adán quebrantó la ley de Dios, y todos sus hijos caídos fueron engendrados en su corrupta semejanza (Génesis 53). "El pecado es la trasgresión de la ley" (1ª Juan 3:4). El pecado es una especie de alta traición, una anarquía espiritual. Es la repudiación del dominio de Dios, el poner aparte su autoridad, la rebelión contra su voluntad. El pecado es imponer nuestra voluntad. La salvación es la liberación del pecado, de su culpa de su poder, así como de su castigo. El mismo Espíritu que nos hace ver la necesidad de la gracia de Dios nos hace ver la necesidad del gobierno de Dios para regirnos. La promesa de Dios a su pueblo del pacto es: "Pondré mis leyes en la mente de ellos, y las inscribiré sobre su corazón y seré a ellos por Dios" (Hebreos 8:10).

A cada alma regenerada se le comunica un espíritu de obediencia. "El que me ama guardará mis palabras" (Juan 14:23). Aquí está la prueba: "Y en esto conocemos si hemos llegado a conocerle, si guardamos sus mandamientos" (1ª Juan 23). Ninguno de nosotros los guarda perfectamente; con todo, cada cristiano verdadero desea y se esfuerza por hacerlo. Dice con Pablo: "Me deleito en la ley de Dios en el hombre interior" (Romanos 7:22). Dice con el salmista: "He escogido el camino de la verdad", "Tus testimonios he tomado por heredad para siempre" (Salmo 119:30,111). Y toda enseñanza que rebaja la autoridad de Dios, que no hace caso de sus mandamientos, que afirma que el cristiano no está, en ningún sentido, bajo la Ley, es del Demonio, no importa cuán lisonjeras sean sus palabras. Cristo ha redimido a su pueblo de la maldición de la Ley, y no de sus mandamientos: El nos ha salvado de la ira de Dios, pero no de su gobierno. "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón" no ha sido abolido todavía.

1ª Corintios 9:21, expresamente afirma que estamos "bajo la ley de Cristo". "El que dice que está en El, debe andar como El anduvo" (1ª Juan 2:6). Y, ¿cómo anduvo Cristo? En perfecta obediencia a Dios; en completa sujeción a la ley, honrándola y obedeciéndola en pensamiento, palabra y hecho. No vino a destruir la Ley, sino a cumplirla (Mateo 5:17). Y nuestro amor a El se expresa no en emociones placenteras o palabras hermosas, sino guardando sus mandamientos (Juan 14:15), y los mandamientos de Cristo son los mandamientos de Dios (véase Éxodo 20:6). La ferviente oración del cristiano verdadero es: "Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi complacencia" (Salmo 119:35). En la medida en que nuestra lectura y estudio de las Escrituras, por la aplicación del Espíritu, engendra un amor mayor en nosotros por los mandamientos de Dios y un respeto más profundo a ellos, estamos obteniendo realmente beneficio de esta lectura y estudio.

4. Más confianza en la suficiencia de Dios. Aquello, persona o cosa, en que confía más un hombre, es su «dios». Algunos confían en la salud, otros en la riqueza; otros en su yo, otros en sus amigos. Lo que caracteriza a todos los no regenerados es que se apoyan sobre un brazo de carne. Pero, la elección de gracia retira de nuestro corazón toda clase de apoyos de la criatura, para descansar sobre el Dios vivo. El pueblo de Dios son los hijos de la fe. El lenguaje de su corazón es: "Dios mío, en Ti confío; no sea yo avergonzado" (Salmo 25:2), y de nuevo: "Aunque me matare, en El esperaré" (Job 13:15). Confían en Dios para que les proteja, bendiga y les provea de lo necesario. Miran a una fuente invisible, cuentan con el Dios invisible, se apoyan sobre un Brazo escondido.

Es verdad que hay momentos en que su fe desmaya, pero aunque caen, no son echados del todo. Aunque no sea su experiencia uniforme, en el Salmo 56: 11 se expresa el estado general de sus almas: "En Dios he puesto mi confianza: no temeré lo que me pueda hacer el hombre." Su oración ferviente es: "Señor, aumenta nuestra fe". "La fe viene del oír, y el oír, por medio de la palabra de Dios" (Romanos 10: 17). Así que, cuando se medita en la Escritura, se reciben sus promesas en la mente, la fe es reforzada, la confianza en Dios aumentada, la seguridad se profundiza. De este modo podemos descubrir si estamos beneficiándonos o no de nuestro estudio de la Biblia.

5. Mayor deleite en las perfecciones de Dios. Aquello en lo que se deleita un hombre es su "dios". La persona mundana busca su satisfacción en sus pesquisas, sus placeres, sus posesiones. Ignorando la sustancia, persigue vanamente las sombras. Pero, el cristiano se deleita en las maravillosas perfecciones de Dios. El confesar a Dios como nuestro Dios de verdad, no es sólo someterse a su cetro, sino amarle más que al mundo, valorarle por encima de todo lo demás. Es tener con el salmista una comprensión por experiencia de que "Todas mis fuentes están en Ti" (Salmo 87:7). Los redimidos no sólo han recibido de Dios un gozo tal como este pobre mundo no puede impartir sino que se "regocijan en Dios" (Romanos 5:11) y de esto la persona mundana no sabe nada. El lenguaje de los tales es "el Señor es mi porción" (Lamentaciones 3:24).

Los ejercicios espirituales son enojosos para la carne. Pero, el cristiano real dice: "En cuanto a mi, el acercarme a Dios es el bien" (Salmo 73:28). El hombre carnal tiene muchos deseos y ambiciones; el alma regenerada declara: "¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Estando contigo nada me deleita ya en la tierra" (Salmo 73:25). Ah, lector, si tu corazón no ha sido acercado a Dios y se deleita en Dios, entonces todavía está muerto para El.

El lenguaje de los santos es: "Pues, aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas falten en el aprisco, y no haya vacas en los establos; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me regocijaré en el Dios de mi salvación" (Habacuc 3:17,18). Ah, ésta es sin duda una experiencia espiritual. Sí, el cristiano puede regocijarse cuando todas sus posesiones mundanas le son quitadas (véase Hebreos 10:34). Cuando yace en una mazmorra, con la espalda sangrando, todavía canta alabanzas a Dios (véase Hechos 16:25). Así que, en la medida en que has sido destetado de los placeres vacíos de este mundo, estás aprendiendo que no hay bendición aparte de Dios, estás descubriendo que El es la fuente y suma de toda excelencia, y tu corazón se acerca a El, tu mente está en El, tu alma encuentra su satisfacción y gozo en El, estás realmente sacando beneficio de las Escrituras.

6. Una mayor sumisión a la providencia de Dios. Es natural murmurar cuando las cosas van mal; es sobrenatural el quedarse callado (Levítico 10:3). Es natural quedar decepcionado cuando nuestros planes fracasan; es sobrenatural inclinarse a sus instrucciones. Es natural querer uno hacer la suya; es sobrenatural decir: "Hágase Tu voluntad, no la mía." Es natural rebelarse cuando un ser querido nos es arrebatado por la muerte; es sobrenatural saber decir: "El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre del Señor alabado" (Job 1:21). Cuando Dios es verdaderamente nuestra porción, aprendemos a admirar su sabiduría, y a conocer que El hace todas las cosas bien. Así el corazón se mantiene en "perfecta paz", cuando la mente está en El (Isaías 26:3). Aquí, pues, hay otra prueba segura: si tu estudio te enseña que el camino de Dios es mejor, si es causa de que te sometas sin refunfuñar a sus dispensaciones, si eres capaz de darle gracias por todas las cosas (Efesios 5:20), entonces estás sacando beneficio sin la menor duda.

7. Una alabanza más ferviente por la bondad de Dios. La alabanza es lo que sale del corazón que encuentra satisfacción en Dios. El lenguaje del tal es: "Bendeciré al Señor en todo tiempo; su alabanza estará continuamente en mi boca" (Salmo 34:l). ¡Qué abundancia de causas tiene el pueblo de Dios, para alabarle! Amados con un amor eterno, hechos hijos y herederos, todas las cosas obrando juntamente para bien, toda necesidad provista, una eternidad de bienaventuranza asegurada. No debería cesar nunca el arpa de la que arrancan su alabanza. Nunca debería quedar en silencio. Ni tampoco deben callar cuando gozan de la comunión con El, que es "altamente suave". Cuanto más "aumentamos en el conocimiento de Dios" (Colosenses 1:10), más le adoramos. Pero, es sólo cuando la Palabra mora en nosotros en abundancia que estamos llenos de cánticos espirituales (Colosenses 3:16) y hacemos melodía en nuestros corazones al Señor. Cuando más nuestras almas son atraídas a la verdadera adoración, más nos encontramos dando gracias y alabando a nuestro gran Dios, clara evidencia de que estamos beneficiándonos del estudio de su Palabra.

MISION CRISTIANA RENOVACION PARA LAS NACIONES, MEDELLIN ANTIOQUIA.

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